Hace nada, el día parecía eterno, y ahora se nos escapa de las manos. Aun así, nos gustaría arañarle unos segundos más, hacerle sitio a esos pequeños placeres que realmente importan. Pero el tiempo no se puede detener… ¿o sí?
Para averiguarlo, atamos la nueva MONDRAKER DUNE a la parte trasera de un viejo Land Rover Defender y pusimos rumbo al oeste.
3 … 2 … 1.
Inhala profundamente por la nariz
Aguanta la respiración durante 5 segundos
Y exhala lentamente hasta vaciar por completo los pulmones.
Reducir la velocidad o detener el tiempo por un momento no siempre es tan fácil como respirar conscientemente. La mayoría de las veces, escapar de la realidad del día a día y del desgaste que deja en nuestro estado emocional parece imposible. Todo a nuestro alrededor se mueve a la velocidad de la luz, como un río desbocado que nos arrastra sin tregua.
La percepción del tiempo es un fenómeno complejo, influenciado por innumerables factores. Que el tiempo no siempre es el mismo no lo demostró solo Einstein con su teoría de la relatividad, sino que lo vivimos en carne propia cada día. Pero, ¿cómo sucede? ¿Y cuál es la clave para hacer que el tiempo se expanda?
Si estoy en una cita increíble, el tiempo deja de existir, pero si hago cola en el supermercado, un minuto se siente eterno. Entonces, ¿es posible engañar al tiempo? Si sabemos que cierto estado emocional nos permite ralentizarlo, ¿por qué no nos transportamos a él siempre que queremos?

Sin embargo, convertir cada cola del supermercado en una cita no es una opción viable, y probablemente tampoco lo que quieres… a menos que el cajero sea tu alma gemela. Además, enamorarse siempre es un embrollo, así que quizá sea mejor empezar por desarrollar una mayor conciencia del tiempo, aprender a usarlo y descubrir qué merece realmente nuestra atención. ¿Qué momentos y actividades nos hacen sentir el tiempo con más intensidad? O dicho de otra forma, ¿cuáles son esos anclajes que nos impiden ser arrastrados por la corriente del tiempo?
¿Alguna vez has intentado vaciar el lavavajillas sin hacer ruido? Como te obliga a concentrarte en cada movimiento, congela tus pensamientos y te ancla en el momento presente. Pero como nadie quiere reorganizar su cocina en completo silencio tres veces al día, buscamos una alternativa más placentera para encontrar nuestro propio anclaje zen. No tan silenciosa, pero mucho más elegante.
Cuando ando, ando. Cuando como, como. Cuando conduzco, conduzco.
(parafraseado del budismo zen)
Hoy en día, casi no conducimos los coches, son ellos los que nos llevan a nosotros.
Una de las maneras más auténticas de anclarme en el presente es conducir coches antiguos, esos en los que cada giro del volante requiere esfuerzo y concentración. Motores que rugen por encima de una radio con interferencias. Nada debería pitar para advertirme de un peligro. Todo debería temblar porque el eje de transmisión vibra.
Busco coches que aún podamos reparar con nuestras propias manos, que tengamos que conducir de verdad… o mejor dicho, que no podamos esperar a conducir.
¿Por qué? Porque te obligan a estar aquí y ahora.
Los coches modernos, con su dirección asistida, ayudas al aparcamiento y control de crucero, nos ofrecen comodidad y seguridad, pero nos arrebatan la experiencia de conducir. El viaje deja de ser el objetivo. La mayoría de las veces, solo se trata de ir de A a B lo más rápido y eficiente posible, sin desvíos, sin imprevistos, sin vivencias.



Belleza atemporal que perdurará por generaciones.
El Timeless Garage de Lisboa es la antítesis del piloto automático, la moda y las tendencias pasajeras. Aquí no encontrarás faros afilados con mirada agresiva ni diseños provocativos y estridentes como los de muchos coches modernos. En su lugar, te recibirán formas atemporales, faros redondos y expresivos, y una belleza con verdadero carácter.
Este garaje es un santuario de curvas elegantes, detalles artesanales, molduras cromadas y mecánicos que aún pasan los días sumergidos bajo el capó de mi complemento zen definitivo. En el aire flota el inconfundible aroma a gasolina, grasa y cuero. Porsches clásicos y Alfa Romeos conviven puerta con puerta junto a Defenders de otra época. Coches que nos recuerdan qué es la verdadera belleza: simplicidad y elegancia. Son la esencia de la durabilidad, la prueba de que se puede resistir el paso del tiempo y seguir siendo relevante.
Aquí, en el taller, el tiempo transcurre más despacio. Te invade una mezcla de asombro y emoción, la misma sensación que tienes al conducir uno de estos vehículos.
Así que allá voy. Cargo mi bici en el Defender y dejo que Bonnie, la perra de los senderos, suba a la parte trasera. Pongo rumbo al punto más occidental de Europa, hacia el bosque místico de Sintra, a una hora al oeste de Lisboa.
Aunque está claro, desde el momento en que giro la llave de contacto, que esa hora se alargará un poco más

Mientras avanzo por la autopista en dirección oeste, los Teslas me adelantan a toda velocidad. De vez en cuando, su estela sacude el Defender. Viéndolos desaparecer en el horizonte, da la impresión de que no quisieran estar aquí. A veces me pregunto qué hacen las personas con todo ese tiempo que han ahorrado tan meticulosamente.
Y entonces, salgo de la autopista. El sol brilla, el motor ronronea y el viento me acaricia la cara a través de la ventanilla. Aquí se está bien. Sí, justo aquí… ¿por qué tanta prisa?
La delgada cinta de asfalto me lleva cada vez más adentro del bosque, hasta que, de repente, la naturaleza se traga la carretera.



Cuanto más despacio conduces, más puedes absorber lo que te rodea. Sigo avanzando sin prisa, sin preocuparme por los límites de velocidad. Disfruto del paisaje y respiro hondo.
Un regreso a los orígenes
Aparco el tanque bajo árboles imponentes y descargo la DUNE. Este lugar me recuerda la lentitud con la que cambian las estaciones, la eternidad del paisaje. Me detengo un momento. Solo se oye el susurro del viento entre los eucaliptos y pinos húmedos. Una brisa suave llega desde la costa, las olas rompen en el Atlántico y el aire huele a sal.
Me doy cuenta de que no he mirado el reloj ni el teléfono desde que salí del garaje. He estado demasiado ocupado disfrutando del momento, conduciendo el Defender, dejando todo atrás.
Y el siguiente paso me alejará aún más del ruido del día a día. Pero eso no significa quedarse quieto. Casco puesto, motor Bosch SX encendido.



Pero espera, ¿cómo encajan una eMTB y un Land Rover Defender en la misma historia? ¿No es, en teoría, una contradicción? Una eMTB moderna no debería ser precisamente sinónimo de desacelerar, sobre todo cuando puedes subir la montaña como un Tesla, levantando una nube de polvo en modo Turbo.
Por supuesto, una eMTB es muy diferente de una MTB pulmonar, pero nunca se trata solo del producto en sí, sino de las emociones que despierta. Claro, puedes conducir un Tesla con el corazón en un puño, pero un Land Rover Defender te permite sentir la conducción de una manera más pura.
Lo mismo ocurre con la Mondraker Dune: desde el primer giro de bielas, transmite una sensación de disfrute absoluto. Aceleras, juegas con el sendero, te dejas llevar por el paisaje. Es una bici que une el pasado y el futuro del mountain bike. Su silueta inconfundible, sus líneas marcadas y su carácter potente nos recuerda que la atemporalidad no depende de la edad o del motor de un vehículo o una bicicleta, sino de la experiencia que te permite vivir.
Aquí no solo te pierdes en el pedaleo, sino en la sensación de flotar sobre el terreno, conectar con el entorno y experimentar esa libertad que solo una eMTB puede ofrecer. Cada pedalada es un viaje de descubrimiento que, de alguna forma, te acerca más a ti mismo.



Sigo a Bonnie por el sendero, todavía algo rígido cuando la gravedad empieza a hacer su trabajo. Trazo las primeras curvas, salto sobre rocas cubiertas de musgo e intento hacer un manual sobre un charco, pero sin éxito. Sin embargo, curva tras curva, voy despertando y encuentro mi flow. Me suelto, y mis pensamientos se disuelven en el trail. Se siente como deslizarse sobre nieve polvo recién caída.
He vuelto. Aquí y ahora.
El sol sigue su camino y el atardecer se extiende sobre el paisaje. Cargo el Defender con cuidado y emprendo el regreso por la costa. Saboreo la sensación de haber vivido el día (casi) minuto a minuto.
¿Por qué casi? Porque, como todo el mundo, yo también me dejo llevar por la prisa a veces. Nadie está en modo Zen todo el tiempo, salvo quizá Buda. Así que sería arrogante decir que he alcanzado ese estado.
Pero lo que sí importa es aprender a ser un poco más consciente del momento. Porque estar aquí y ahora no solo hace que la vida se sienta más plena, también te da más tiempo.
No hace falta tener un Defender clásico o una Mondraker Dune para detener el tiempo. A veces, basta con respirar hondo y ser consciente del momento. Aun así, ambos son anclajes perfectos en el flujo del tiempo y hacen que escapar de la inercia del día a día sea un poco más fácil. Al final, eres tú quien decide cuáles son tus ataduras y cómo quieres vivir tu tiempo. Ya sea con tu familia, los coches, las bicis, una cita en el supermercado o incluso vaciando el lavavajillas.
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Words: Julian Lemme Photos: Robin Schmitt