¿Alguna vez has soñado con llegar al fin del mundo? Igual sí, pero probablemente no montado en una e-bike… a menos que seas uno de los nuestros. Viajamos hasta el bike park más austral del planeta, exploramos la Patagonia a caballo, en kayak, en carritos de supermercado robados y, por supuesto, sobre eMTBs. Pero lo mejor de todo fue darnos cuenta de que no hace falta llamarse Fernando de Magallanes para lanzarse a una locura como esta, y que la verdadera aventura es tan grande como tú quieras que sea.

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Tu primer pensamiento podría ser que el fin del mundo está justo aquí, en casa. Y no te culparíamos. Hemos estado en rincones de Alemania donde realmente parece que el mundo se acaba, lugares olvidados donde no pasa nada… excepto que la bici es increíble.
Porque si algo tienen en común estos sitios es que la conducción es espectacular. Y lo mismo podemos decir del lugar al que acabamos de ir.

Pero volviendo a la pregunta, si no es ahí, ¿dónde está el fin del mundo? Hay al menos 13 lugares en el planeta que reclaman ese dudoso título, siempre envuelto en un aire de aventura.
Para los alemanes, el “fin del mundo” más cercano se esconde entre los densos bosques a orillas del Rin, o al menos eso aseguran quienes viven allí. Otros europeos centrales probablemente pensarán en Nueva Zelanda, que está prácticamente en las antípodas. O quizá en el Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur de África. ¿O qué tal la costa salvaje de Tierra del Fuego? También está Fisterra, en España, donde los peregrinos que no tienen suficiente con el Camino de Santiago siguen caminando hasta el Atlántico, como si quisieran asegurarse de haber llegado, de verdad, al último rincón de la Tierra.

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Patagonia – En el extremo sur del mundo

Nuestro destino era otro fin del mundo, uno que prometía un respiro bien merecido del gris invierno europeo: Patagonia.
Allá por el 1500, los exploradores españoles que llegaron a estas tierras la llamaron el confín del mundo. Desde entonces, se ha convertido en un destino imprescindible para investigadores, aventureros y artistas. A día de hoy, sigue envuelta en mitos y leyendas, con rincones inexplorados que infunden respeto –o incluso miedo– a quienes se atreven a acercarse.
Para una aventura de E-MOUNTAINBIKE en el fin del mundo, no podía haber un lugar mejor.

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El fin del mundo no está tan lejos, después de todo.

Por suerte, los tiempos han cambiado desde que los conquistadores españoles pasaban meses cruzando el océano. Hoy, podemos llegar de Alemania a la Patagonia en menos de 24 horas, con rápidas escalas en París y Santiago de Chile.
Para quienes quieran emprender el mismo viaje, un consejo: reserven un asiento en la ventanilla izquierda del avión. Durante cuatro horas, podrán disfrutar de una vista ininterrumpida de cumbres nevadas y glaciares que se extienden por más de 300 kilómetros. Una experiencia de primera clase, aunque el espacio para las piernas diga lo contrario.
Y luego, de repente, aterrizas. El cartel de Bienvenidos a Punta Arenas confirma lo que hasta hace poco parecía un sueño. Afuera, el viento sopla con fuerza, como si quisiera recordarte que aquí manda la naturaleza. Es oficial: hemos llegado al fin del mundo.

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Por un momento, nos preguntamos si de verdad podemos llamar a esto una aventura. Subimos a un avión con un destino claro, sabiendo que al otro lado nos esperan un guía y un bike park bien establecido. No hay mapas arrugados, ni decisiones de último minuto en una estación de autobuses olvidada.
Pero nos damos cuenta de algo: la aventura no está en la búsqueda, sino en dejar que nos encuentre. En soltar el control y ver qué sucede.
Ni siquiera teníamos que venir a la Patagonia. Podría haber sido cualquier pueblo perdido, una carretera sin nombre, un rincón desconocido en el mapa. Porque al final, lo único que hace falta es entusiasmo, ganas de decir que sí y un poco de imaginación.

Consejos de viaje con Patagonia MTB Trails – ¿Cuáles son sus senderos imprescindibles?

Antes de emprender el viaje, tuvimos una reunión virtual con el equipo de Patagonia MTB Trailslos mismos que no solo abrieron el bike park más austral del mundo, sino que, en esencia, han dado forma a toda la escena enduro MTB en Punta Arenas.
Javier habla un inglés impecable y, cuando nos confesó que lleva leyendo nuestra revista ENDURO desde el principio, supimos de inmediato que era la persona indicada para guiarnos en esta aventura.

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El momento en que desconectamos, chocamos nuestras latas y celebramos una amistad en el mundo real con Juan Pablo (izquierda) y Javier (derecha) de Patagonia MTB Trails.

Después de innumerables conversaciones por WhatsApp y siete semanas de preparativos, aterrizamos en Punta Arenas, Chile, una de las ciudades más al sur del mundo. No había un plan fijo para nuestra estancia en esta ciudad de 125.000 habitantes. Tenía ese aire de lugar de paso, un punto de partida para expediciones, una escala rápida antes de que comience la verdadera aventura. Pero, por ahora, nos venía perfecto.

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También nosotros estábamos en una especie de fase de transición. Sabíamos que no queríamos limitarnos a montar en bici; queríamos explorar un glaciar, cabalgar por la estepa, vivir como locales y, tal vez, incluso hacer algo de senderismo.
Patagonia es tierra de sueños, pero también de mitos, leyendas e incluso gigantes. O al menos eso creyeron los exploradores europeos cuando se toparon con enormes huellas en mitad de la nada. Con el tiempo, se descubrió que esas pisadas pertenecían a los tehuelches, un pueblo nómada que, además de ser más corpulento que los europeos, envolvía sus pies en pieles, dejando marcas mucho más grandes de lo esperado. La verdad no salió a la luz hasta siglos después del regreso de Magallanes y de que diera nombre a la región. Pensándolo bien, con lo inmensa que es Patagonia, no nos vendría mal un par de esos pies gigantes para cubrir más terreno.
Ahora que ya estamos aquí, trazamos un plan más definido: seguiremos la Ruta del Fin del Mundo. Cruzaremos la estepa en una camioneta, recorreremos el bike park y los senderos Klippen en eMTB, cabalgaremos por las praderas y navegaremos en kayak sobre un lago glaciar.
Pero hay algo en lo que todos estamos de acuerdo: lo más importante es recordar que podemos entrar y salir cuando queramos. En Patagonia, como en la vida, todo es opcional y nada es obligatorio.

Donde todo comenzó: Patagon Bikepark Punta Arenas – De 4 a 100

Javier es de esos riders que se subieron al tren del enduro cuando todavía era una novedad. En aquella época, la mayoría pensaba que el cross-country y el endurance eran lo más extremo que se podía hacer sobre una bici. Su comunidad empezó con solo cuatro apasionados, pero hoy reúne a más de cien entusiastas del enduro.
El Patagon Bikepark en Punta Arenas es su cuartel general y el de su socio Juan Pablo. Un proyecto nacido de la pasión, con once senderos de enduro que van desde nivel azul hasta negro. Pero lo que realmente lo hace especial es ser el bike park más austral del mundo, con unas noventa hectáreas dentro de la Reserva Nacional Magallanes.
Después de empujarla durante un rato, la vieja camioneta finalmente arranca. Primera aventura del viaje superada. Nos ponemos en marcha y, mientras avanzamos, vemos cargueros cruzando el estrecho y enormes barcos reflejados en el retrovisor, lo que le quita un poco de épica a la idea de estar en el fin del mundo. Pero la civilización se equilibra con el carácter de nuestra camioneta, cuyo motor de arranque lleva años sin funcionar y cuyos pasos de rueda brillan por su ausencia.
¿Nos importa? Ni lo más mínimo. Queríamos algo crudo y auténtico, y eso es exactamente lo que estamos viviendo.

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A pesar de tener una estación de esquí justo al lado, el Patagon Bikepark Punta Arenas no cuenta con telesillas. Por suerte, no es un problema, ya que una bicicleta de descenso aquí sería totalmente innecesaria. El desnivel es mínimo y se puede subir cómodamente por las pistas de acceso con una trail o una enduro. Dicho esto, la mejor opción para un lugar como este es una eMTB ligera, justo lo que tenemos para disfrutar de los senderos fluidos y la tierra en su punto perfecto.
(Un apunte: las lineas de saltos estaban demasiado embarradas y expuestas al viento, así que preferimos no arriesgarnos a salir volando). Al parecer, el verano en la Patagonia tiene más de una cosa en común con el del norte de Europa.
Pero, ¿estábamos teniendo suficiente aventura? Aún no, decidimos. Teníamos que alejarnos más de la ciudad.

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Próxima parada: Puerto Natales – La meca de los amantes del aire libre

Tomamos una decisión sensata y cambiamos de vehículo para la siguiente etapa del viaje. Incluso los locales están de acuerdo en que es lo mejor. Cargamos las bicis y retomamos la mítica Ruta del Fin del Mundo rumbo a Puerto Natales, que nos han descrito como el hermano pequeño y con más encanto de Punta Arenas.
Nos esperan dos horas de vacío absoluto. El paisaje promete, y al salir de Punta Arenas, la base de Starlink nos recuerda que estamos entrando en el verdadero fin del mundo. Es la última estación telegráfica de la era de Instagram.
El trayecto pasa en un suspiro, quizá precisamente por esa nada infinita que nos rodea. También ayuda el consumo incesante de mate, la bebida por excelencia de la región, que empezamos a adoptar con naturalidad.

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Puerto Natales tiene el encanto de un lugar sacado de un libro de viajes, una combinación perfecta entre espíritu de campamento base, promesa de aventura y un inesperado toque de lujo. Aquí, la vida al aire libre convive con hoteles de alta gama a precios de cuatro estrellas y cafeterías hipster equipadas con portafiltros La Marzocco, un detalle que despierta cierta envidia entre los amantes del buen café.
Todavía es posible encontrar hostales a precios razonables, así que reservamos dos habitaciones por 80 dólares y nos aventuramos a recorrer el pueblo. Nos mezclamos con los turistas, charlamos con los locales y nos entregamos al placer de la gastronomía. A cada paso, captamos fragmentos de conversaciones en alemán, lo que nos produce una curiosa sensación de familiaridad. También nos damos cuenta de que, sin proponérnoslo, nos hemos integrado a la perfección en el código de vestimenta no oficial de la zona. En la Patagonia, el gorpcore no es solo una moda, sino una necesidad, y por suerte estamos bien equipados con GORE Wear, VAUDE, The North Face y otras marcas técnicas.
Javier nos observa con una sonrisa irónica mientras reflexiona sobre cómo ha cambiado la cultura del senderismo en la región desde los años 90. Hoy en día, los precios de los refugios del Parque Nacional Torres del Paine pueden parecer desorbitados—100 dólares por una cama en un dormitorio compartido—pero es un intento de regular el turismo masivo y preservar la esencia salvaje del lugar.

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El mate te da alas – Té, eMTB y el cóndor andino

Según Javier, ningún viaje a la Patagonia estaría completo sin avistar al cóndor andino, el ave rapaz más grande del mundo, con una envergadura que supera los tres metros. Nos dice que hay un punto ideal a solo 25 minutos en coche.
Hervimos agua para otra ronda de mate, preparamos las road sodas y nos dirigimos hacia los acantilados rocosos de Laguna Sofía, con la esperanza de verlos volar a nuestra altura. Pero el viento fuerte y las bajas temperaturas han despejado el cielo de estos majestuosos maestros del aire.

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¿Algo de lo que quejarnos? Ni de coña. Este lugar parece de otro mundo y nuestras eMTB nos dan alas de inmediato.
Dicen que el mejor sendero es en el que estás ahora mismo, así que nos lanzamos a una subida técnica, alcanzamos una vista impresionante en otra dirección y descendemos por una bajada espectacular que nos dejó una sonrisa de oreja a oreja. ¡Otra vez! ¡Otra vez!
Para terminar, rodamos hasta la laguna en busca de una bien merecida Cerveza Austral, con butacas de primera fila frente a las montañas nevadas.

Afterparty – Última Esperanza, Puerto Natales

El día llega a su fin, pero aún nos espera una última sorpresa. A un lado del camino, nos encontramos con un santuario improvisado, rodeado de ofrendas como botellas de agua, cigarrillos y alcohol.
Javier asiente. “El Gauchito Gil”, nos explica. “Es una especie de santo popular en la Patagonia, especialmente en Argentina, aunque la Iglesia nunca lo reconoció oficialmente.”
Según la leyenda, fue un Robin Hood criollo que robaba a los ricos para ayudar a los pobres. Su figura es venerada por viajeros y camioneros, que dejan ofrendas a cambio de protección en el camino.

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Se nos hizo tarde cuando regresamos a Puerto Natales, pero la emoción del día aún nos tiene demasiado acelerados como para dormir. Bueno, y quizá también un poco borrachos.
“No queda otra”, ríe Javier mientras nos lleva a un bar donde nos sirven llama. Dudamos un segundo cuando nos traducen el menú, pero el primer bocado despeja cualquier duda: está increíblemente bueno.
De ahí pasamos al Last Hope Bar, que presume de tener su propia destilería de ginebra. Más tarde, impulsados por dicha ginebra, es posible que se nos haya visto doblados de risa tras participar en una improvisada carrera de carritos de supermercado.
Sí, vaya noche.

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Who kegged Juan Pablo?

¿Y a la mañana siguiente? ¿Esperas que nos quejemos de una resaca terrible y arrepentimientos? Ni de coña.
Esa es la magia de no tener un plan. La agenda es infinita, y nuestro viaje al fin del mundo (o mejor dicho, a uno de los 13 fines del mundo) está lejos de terminar.
Todavía nos queda tiempo para cabalgar por la estepa con los perros corriendo a nuestro lado y el mate girando en nuestras bocas. Para probar un pisco sour, el trago nacional de Chile, con hielo que hemos recogido nosotros mismos del Lago Grey, alimentado por un glaciar de 12.000 años y 21 kilómetros de largo. Y para ver de cerca los efectos devastadores del cambio climático, evidentes en el brutal retroceso del hielo en las últimas décadas.
Pero ni siquiera ese recordatorio nos impedirá disfrutar del espectacular trekking y la increíble travesía en kayak que nos espera. Admiramos las esculturas naturales en el cementerio de icebergs, observamos los colores alucinantes que crea el hielo, con sus tonos azules surrealistas y ese aura psicodélica que nos envuelve.
Eso sí, siempre con precaución. Los bordes escarpados y los bloques de hielo en constante movimiento pueden ser peligrosos. Porque, aunque toda aventura necesita una pizca de peligro, también hay que saber cuándo escuchar al sentido común.

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¿Nuestra historia parece un sueño? Lo fue.
Un sueño de aventura, de libertad, de horizontes infinitos. Un sueño que se volvió real. Un sueño en el que los desconocidos se convirtieron en amigos, lo incierto en familiar, lo efímero en eterno. Un sueño que puedes llevar contigo incluso en la rutina diaria, siempre que mantengas la mente abierta a la aventura. Un sueño que nos deja una lección: la próxima vez que te encuentres ante lo desconocido, no des un rodeo. Atrévete.

El fin del mundo empieza en tu cabeza

Llegamos a lo que llaman el fin del mundo (o a uno de ellos, al menos), y fue una aventura que no olvidaremos pronto. Pero, ¿de verdad era necesario viajar hasta el otro lado del planeta para vivirla? Tal vez no.
El verdadero fin del mundo no es un punto en el mapa, sino una línea en la mente. La frontera invisible entre lo que crees posible y lo que aún no te has atrevido a explorar. Lo que puedes descubrir no depende del destino, sino de tu espíritu de aventura.
Así que, ya sea una única aventura o una sucesión infinita de ellas, todo se reduce a atreverse a salir ahí fuera. Por suerte, en 2024, no hace falta llamarse Magallanes o Colón para vivir algo extraordinario. Solo hay que dar el primer paso.

Para más información: patagoniamtbtrails.com

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Words: Robin Schmitt, Patrick Gruber Photos: Robin Schmitt